sábado, 27 de enero de 2007

LA EDUCACIÓN COMO PILAR DE LA CIVILIZACIÓN

Yo que era un escolín, allá por finales de los setenta, cuando la recién nacida Democracia, llenaba de esperanzas y hacía llorar de alegría a muchos de nuestros mayores tras cuatro décadas de padecimiento social, económico y humano, no me podía esperar, ni menos imaginar, en mis mejores sueños o más febriles pesadillas, qué iba a desarrollar y consagrar mi vida profesional en algo que entonces, como mucho, me dejaba indiferente. El destino, que los griegos consideraban inmutable y pretendían conocer acudiendo a las Sibilas, me guardaba una sorpresa. Tendría que ser formador, profesor vamos; o como a mi me gusta decir, comunicador.
Yo, que como otros muchos, renegaba de la escuela, que esperaba con ansia el sonido del timbre anunciando el fin de las clases diarias. Que me pasé media E.G.B. copiando cientos y miles de veces las manidas frases de castigo, “En la clase no se habla”, “No puedo reírme…” ¡Y en algunas ocasiones, en el pasillo, de rodillas...! Era un “traste”, un guaje al uso de la época, oiga; como el hijo menor de los Alcántara, de la serie “Cuéntame…” en la televisión pública.
Pero el tiempo pasó inexorable, y después de hacer mis pinitos en algunas empresas terminé como profesor. Al otro lado de las barricadas, traidor a la causa, y vendido al enemigo como decíamos cuando niños. En todo ese peregrinar me fui dando cuenta de que si aplicaba lo que, yo consideraba, habían hecho bien conmigo, y lo contrario de aquello que me había sentado mal, podría ser un buen docente. Y aunque no sé si lo he conseguido, así lo intento día a día. Percibí que lo importante es dar capacidades a los alumnos, más allá de cual sea su edad; si esto hacemos, contribuiremos a formar personas capaces de hacer juicios y tomar decisiones correctas en el marco de entornos tan hostiles y cambiantes como los que nos han tocado vivir. Recuerdo con nostalgia y agradecimiento a todos aquellos profesores que me intentaron hacer pensar, a los que me tendieron su sabia mano para mostrar, que no dirigir, mi continuo y dificultoso aprender a vivir. Por el contrario no añoro a los que pensaban que ser buen decente significaba endurecer una materia, hasta la naturaleza del acero. Que imponían exámenes “más allá del bien y del mal”. Protágoras del método a cualquier precio, y pobres ilusos ellos, que no comprendían que el buen maestro es aquél que, en cualquier nivel de enseñanza es capaz de seducir, impresionar, motivar o, por el contrario, tornarse maravillosamente predecible cuando es menester, es decir, en los exámenes.
La experiencia, como profesional en esta tarea, me ha llevado a creer que solo la empatía con los alumnos, el saber ponernos en su lugar capacitándoles para ver la realidad en la que se encuentran, y la comprensión hacia sus problemas, que fueron también los nuestros en su misma edad, son las llaves maestras que nos permiten abrir un diálogo en el mismo idioma y consecuentemente formarles como personas; ciudadanos comprometidos, que no “chicos malos para la máquina”. Seres capaces de sentir, de emocionarse con lo social, económica y humanamente justo.
La lucha es dura, cruenta en algunos momentos, por que la sociedad, que nos ha tocado vivir, potencia el egoísmo, la esclavitud personal a las marcas, la sustitución de los valores de la cooperación y solidaridad por paradigmas presentados como verdades absolutas en ciertos programas de la telebasura, el pelotazo a cualquier precio, el triunfo fácil pisando al más débil o al que esté en ese momento al lado, sucumbir al fatuo resplandor del becerro de oro, o vender el alma, el que crea que la tiene, y le dé valor, a la mismísima “bestia”.
En los casos menos lacerantes, nos encontramos con la servidumbre al Mp3, a la “play” y a las copas de alta graduación, que no deportivas. Sencilla y llanamente, la sinrazón.
Pero algo innato al comunicador es el optimismo. Creer que la Educación y la posterior formación del capital humano son los pilares, columnas maestras más bien, de un sociedad moderna, progresista y comprometida con las verdades universales. Que los idus nos sean propicios. Así sea.
Heri Gutiérrez García

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