A la caída de la tarde (japonesa) era cuando salíamos a fumar unos cigarrillos clandestinos y charlábamos de todo lo humano y lo divino, era cuando confabulábamos y pretendíamos arreglar aquel mundo gris y triste que nos rodeaba. Cada uno en su casa escuchaba las opiniones de los mayores y, en general, no diferían mucho pues todos vivíamos en una barriada de mineros, aislados del resto del pueblo por una playa de vías del ferrocarril y distintas propiedades cerradas con muros. Al Japón se accedía por la carretera general a través de la Travesía de Colón, por el callejón del Manco o atravesando las distintas vías férreas: la playa del ferrocarril del Norte, el ramal que entraba en los Talleres de Santana o el ramal que entraba en la escombrera urbana de Fradera (que utilizábamos como infernal campo de fútbol y en otros tiempos fue plaza de toros o lugar para los diferentes circos que se acercaban al corazón de la Cuenca Minera). Los pasos por las vías eran estrechos, casi pasadizos, aunque los japoneses los conocíamos a la perfección. Entre la escuela y la huerta de Faela, frente a Radio Marte había un paso de una persona; por la portilla del Recorrido de RENFE se podía cruzar, pasando por detrás de la Panadería La Palma por la zona de las cuadras y atravesando el patio del Grupo Escolar Saturnino Menéndez; por Fradera se accedía por la caseta del guardagujas y luego pasando detrás de los Talleres Armón para saltar el muro que nos intentaba separar de las vías de RENFE, sin mucho éxito dicho sea de paso. Este aislamiento se sumaba al otro, el social. En el Japón todos eran mineros, o casi todos, que también el anterior régimen había incrustado algún observador privilegiado que seguía las vicisitudes de aquellas ochenta familias con ojo avizor y oído de tuberculoso, pero bueno. Por otra parte burgueses en un sentido estricto casi no había, salvo un par de tenderos. El análisis de la situación general y la particular difería en la intensidad de juicios dependiendo de la tendencia política moderada o radical de los padres. Así que aquellos atardeceres de finales de primavera, cercanos al solsticio de verano, resultaban agradables y excitantes con aquellas charlas, que nosotros pretendíamos clandestinas y revolucionarias.
Aquella mañana estaba destemplada, cruzamos por el paso que había al lado del bar El Triste casi tiritando, debajo del depósito de agua para las locomotoras de vapor y seguimos por la calle de atrás hacia la Casa Sindical. A la altura de la casa de los curas nos sorprendimos con una pintada que decía Fuenterrabía: Juan Carlos asesino y un respingo nos sobresalto a tan tempranas horas. Cuando nos encontramos con los que venían de La Cascaya y Bédavo, con los de La Vega y El Coto comentamos muy alborotados lo que habíamos visto, pensando que sería excepcional, pero todos venían igual. El Entrego había amanecido lleno de pintadas contra el gobierno y el régimen porque había un fermento revolucionario importante. Desde los jóvenes comunista de la UJCE, los maoístas de la ORT, los trotskistas de la LC y de su escisión LCR, gente del PT, con los militantes del PCE y los del PSOE, algunos cristianos de base y los curas del pueblo que también pasaban por ser rojos a los ojos de las fuerzas más reaccionarias de la parroquia y a los de la Guardia Civil. Fue una época de efervescencia que coincidía con nuestra recién estrenada adolescencia. Los mineros estaban encerrados en la iglesia y el ambiente estaba tan cargado que cualquier cosa podía hacer saltar por los aires la situación. Por el pueblo se veían personas extrañas, policías de la antigua Brigada Político-Social, ultras de los Guerrilleros de Cristo Rey pululaban por las noches dando sustos y violentos escarmientos a quien osara cruzarse en su camino, así que la gente corriente tomaba precauciones y al anochecer parecía decretarse un toque de queda tácito. Pero los adolescentes, con nuestra inconsciencia, propia de la edad, lo vulnerábamos en busca de emociones más excitantes. Por aquellos días acudimos a una manifestación en la plazoleta de la Iglesia donde los mineros y la gente en general se reunieron en apoyo a los encerrados y donde los grupos de la policía antidisturbios llegaron enseguida. Del interior del templo salió con la cabeza abierta un chivato de la policía que había sido descubierto con una grabadora y al que tiempo después sus propios compañeros de taller volvieron a agredir con violencia, y quedamos descompuestos porque era vecino nuestro, era un hijo de Magutu, pero no nos extrañó demasiado porque si salía a su padre tenía que ser un gran hijo de puta y parecía que este hecho así lo demostraba. Cuando el oficial que mandaba aquellas fuerzas conminó a la gente a que se disolviera nadie hizo el menor movimiento y el aire se electrizó de una forma indescriptible, en el siguiente momento los grises empezaron con la carga y se encontraron que ante su violencia gratuita, pues la concentración era pacífica, les empezaron a llover tiestos con plantas, ladrillos, sus propias pelotas de caucho una vez recuperadas por los más jóvenes manifestantes. No se esperaban una reacción así y por eso luego se desató una sorda persecución a los dirigentes polticos y sindicales que se significaban más en las asambleas en los pozos o en las obras (en aquellos momentos se estaba fraguando la gran huelga de la construcción), tanto por la policía como por los grupos parapoliciales. Nosotros volvíamos a nuestra isla y cuando la situación lo requería ayudábamos a los incautos que escapando de los grises llegaban al Japón y luego no encontraban las salidas. De tarde, después de cenar, salíamos a charlar y fumar, a sentirnos mayores opinando entre iguales. Recuerdo que comentábamos el todavía reciente asesinato de Salvador Allende en Chile, y la rabia que se sentía, el odio por aquel dictadorzuelo de opereta y traidor, que había venido al entierro de Franco y que había asesinado vilmente a tantos compatriotas, incluido Víctor Jara el cantautor. Y la ilusión que nos crecía pensando que en España era posible una revolución como la de los claveles, con un grupo de militares jóvenes y que querían devolver el poder a la soberanía popular. El capitán Otelo Saraiva de Carvalho era, y es, un héroe, como Maia o el contralmirante Rosa Coutinho. Con su Movimiento de las Fuerzas Armadas fueron capaces de derrotar una dictadura más longeva que la nuestra y tan triste, como poco, como la de Franco y nosotros creíamos que debíamos estar preparados y listos para la lucha final.
No recuerdo bien quien trajo a colación al Ejército Revolucionario de los Pobres que estaba activo en la Argentina del presidente Héctor J. Cámpora, el breve, y luego en el nuevo periodo de Perón y su Mª Estela, y todos convinimos en que aquí se daban las condiciones para un remedo del mismo. La fase de acopio de explosivos dio comienzo de inmediato y a los pocos días ya teníamos en nuestro poder unos seis cartuchos de dinamita con los correspondientes detonadores. Se convocó una reunión ultra secreta para diseñar los siguientes pasos y los objetivos prioritarios y resultó un desastre no anunciado. El pavor se extendió como una mancha de aceite y la célula murió nonata. A la vista del explosivo no nos cagamos en los pantalones por pura vergüenza pero dimos fin a nuestra aventura revolucionaria sin necesidad de acción policíaca alguna. El compañero encargado de la logística y que se había jugado el tipo para conseguir la goma 2 no daba crédito a la desbandada general y entre insultos y amenazas se fue furibundo. El resto seguimos con nuestras vidas camino de la juventud, amarrados a las rutinas propias: estudios, discotecas, descubrimiento de las drogas y el rocknroll, persecución de chicas, ingreso en partidos políticos legalizados; aquel compañero nuestro se diluyó en el mismo torrente que nosotros pero no lo volvimos a tener como amigo. Al poco tiempo se enganchó al caballo y muy poco después y tras varias confiscaciones a amigos y desconocidos apareció flotando en el embalse de Tanes. Después el olvido. Tendremos que sembrar la memoria para que no crezca el olvido.
En el Japón, El Entrego a 16 de enero de 2008
Casimiro Palacios
7 comentarios:
¡Vaya! resulta que has tenido una adolescencia, lo que presupone una infancia y una juventud. Supongo que a las personas que hemos conocido tarde, mantenemos con ellas una relación sólo de presente, sin reconocerle un pasado que no es compartido.
Todos tenemos una historia que contar, y más de una también, y esta es una buena historia con mucho material.
Saludos.
Pura ficción, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Los nombres propios han sido cambiados para preservar la intimidad de los protagonistas y los lugares físicos han desaparecido. Literatura de baja estofa. I'm sorry
Debí hacer caso a mi intuición. Lo leí como si de ficción se tratara, pero al cambio tan brusco del final y su rapidez en despacharlo me indujeron a pensar que era un homenaje.
A pesar de todo, el comentario tiene la misma validez.
Esto sí que son "memorias". Muy bueno, pero pide continuación. (Abrazos.)
Memoria? Hoy estuve comiendo con el alemán ese, como se llama... Ah! sí Altheimer, que buen chaval oye, esi si que tenía memoria. Besos para todos
Pues sí, muy bueno. Gracias Casi.
Gracias a ti Tere, que siempre me miras con buenos ojos y con cariño. Un beso.
¿Estáis ya en la verde Eire? Si a si fuere pasailo muy bien y recuerdos para tu sobrino Fernando.
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