martes, 30 de septiembre de 2008

Dos reflexiones sobre el "Manifiesto Comunista", de Marx y Engels: situación histórica y espejo para la actualidad

.- EL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA EN RELACIÓN CON SU ÉPOCA.
1.1. Aproximación
El Manifiesto del Partido Comunista tuvo muy poca resonancia a raíz de su publicación. No fue una obra que se leyera demasiado ni que circulara en exceso. El año concreto de su publicación, 1848, coge a los pueblos europeos sumidos en una situación difícil, pues es una época de revueltas en la que el papel impreso suscita menos interés que la acción propiamente dicha. Tendrán que pasar los años para que las influencias, no ya del Manifiesto del Partido Comunista, sino del propio marxismo en general, se dejen sentir con fuerza evidente. Poco se puede decir, en efecto, sobre las influencias en su época de esta pequeña obra si no la miramos unida al resto de las obras de sus autores. Habría que esperar hasta 1864, fecha de la fundación de la Primera Internacional, para que el marxismo en general fuese la forma de pensamiento por excelencia del movimiento obrero.
En efecto, el de 1848, dicho sea en palabras vulgares, es un año “movido”. El surgimiento de las revoluciones democrático-burguesas que culminaron con la Comuna de París -intento revolucionario de carácter no ya burgués, sino socialista, proletario-, van haciendo que la burguesía se muestre, paulatinamente, como contrarrevolucionaria y antidemocrática, a la vez que se produce el lento pero decidido empuje del proletariado. Sin embargo, no se puede olvidar que es la propia burguesía quien lleva las riendas de los procesos en la época, lo que hace fracasar todas y cada una de las incipientes tentativas de la clase obrera -por esto y por factores como la invalidez del socialismo utópico que Marx y Engels reconocen en el Manifiesto y en otras obras posteriores al mismo-, incluida la de la misma Comuna de París, a pesar de que después del 48 el movimiento obrero comience a librarse de tales influencias burguesas. Todo el entramado revolucionario hace que el Manifiesto del Partido Comunista presente algunas carencias que el marxismo iría rellenando en obras posteriores y complementarias (La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, o bien Revolución y contrarrevolución en Alemania, por ejemplo). El tema del Estado se aborda en la obra de forma muy abstracta y general, pero en otras posteriores se tiende a la precisión y a la definición exactas: la idea de la destrucción de la máquina del Estado (que de sí no aparece en el Manifiesto), la de la revolución permanente, etc., incluyendo la teoría de la plusvalía, que sería elaborada, asimismo, con posterioridad. Subyace, además, en el Manifiesto del Partido Comunista una idea marxista de aquellos años que, con el tiempo, sería rectificada (o precisada): Marx y Engels veían demasiado cerca la revolución proletaria, el socialismo. El propio Engels lo reconocería aduciendo que en esos años la doctrina económica marxista aun no se había perfilado en su totalidad. Por supuesto, las experiencias revolucionarias del 48 hicieron que se profundizase en el estudio del capitalismo en muy diversas obras, entre ellas la más importante de Carlos Marx, El Capital, cuya primera parte data de una fecha muy tardía con respecto a la de publicación del Manifiesto (en 1867, casi veinte años después).
El Manifiesto del Partido Comunista es, por lo tanto, y sobre todo, un punto de partida y no un hito de la teoría marxista. Es una raíz de la que parten infinidad de cuestiones de mucha importancia, como veremos más adelante.
Realmente el primordial valor que para su época posee esta obritaa (aunque podría muy propiamente decirse que son Marx y Engels quienes lo poseen) es el de haber sido la primera expresión para la fundación del socialismo científico. Hasta entonces, y el propio Manifiesto lo aporta, el “socialismo” había sido de diferentes cuños, pero con el denominador común del paternalismo y/o del querer aprovecharse de la clase obrera (léase “socialismo feudal”, “socialismo cristiano”, “socialismo pequeño-burgués” o “socialismo conservador”). Filosóficamente también habían surgido movimientos que, como el “socialismo alemán” o “verdadero”, habían servido a los intereses reaccionarios por la falsedad de sus planteamientos. Los autores del Manifiesto también son profundamente críticos con sus predecesores, los socialistas y comunistas crítico-utópicos, que, como Saint Simon, Fourier u Owen, “repudian toda acción política y de modo explícito la revolucionaria y quieren alcanzar su meta por la vía pacífica, intentando abrir camino al nuevo evangelio social con el poder del ejemplo, mediante pequeños experimentos que acaban, como es natural, en el fracaso.” (1)
1.2. Breve referencia al análisis histórico en el Manifiesto del Partido Comunista y a sus bases histórico-filosóficas
El hecho de que el capitalismo se afianzase en Europa dejó entrever cómo el progreso burgués presentaba aspectos de antagonismo claro. La dicotomía entre riqueza y pobreza, la falta de control en la producción, la creciente explotación de hombres, mujeres y niños, las vejaciones a las que eran sometidos, la progresiva desaparición de las pequeñas propiedades de artesanos y campesinos absorbidas por la monstruosa máquina del capitalismo decimonónico, presentan una situación abonada para el surgimiento del marxismo, el cual no es otra cosa que un profundo reflejo filosófico y científico, desde la visión del revolucionario, de los referidos antagonismos de clase -políticos y, por supuesto, económicos-.
El Manifiesto del Partido Comunista es, además de un “manifiesto” propiamente dicho, un lúcido análisis histórico y político de esa época. Un excelente razonamiento sobre el pasado histórico en función de la lucha de clases y de la propia situación de las clases desfavorecidas con respecto a los explotadores. Enlaza el pasado con su presente y explica concisamente dónde se encuentran los factores que explicitan el nacimiento de la nueva clase, el proletariado: “En la misma medida en que se desarrollaba la burguesía, es decir, el capital, se desarrollaba el proletariado, la clase de los obreros modernos, que tan sólo puede vivir a condición de hallar trabajo y tan sólo puede hallar trabajo a condición de que éste acreciente el capital” (2).
El marxismo, tanto en general cuanto en lo expresado a través del Manifiesto, no sólo posee la base social e histórica a la que hemos aludido, sino también unos antecedentes filosóficos y científicos. Lenin diría que el marxismo es una continuación de la doctrina de los representantes de la filosofía, el socialismo y la economía política (3), que bebe principalmente en las fuentes del socialismo crítico-utópico (Fourier, Owen, Thomas Spence, Saint Simon, Babeuf), de la economía política clásica (Adam Smith, David Ricardo, Thomas Malthus) y, por supuesto, de la filosofía idealista alemana (Hegel y sus, en cierto modo, epígonos, como Feuerbach o Max Stirner).
El núcleo central del surgimiento del marxismo va desde fines de los años 30 del siglo XIX a fines de los años 40. A este último momento de iniciación pertenece la obra de que estamos tratando. La filosofía marxista atraviesa dos fases formativas fundamentales: por un lado, el paso de Marx y Engels del idealismo hegeliano al democratismo revolucionario y al comunismo científico (anteriores a la publicación del Manifiesto del Partido Comunista), y, por otro, la elaboración de los principales presupuestos del llamado “materialismo histórico”, cuyos primeros frutos son la Miseria de la filosofía, de 1847, y el Manifiesto del Partido Comunista.
Pero algo que llama la atención poderosamente es que la figura intelectual de Carlos Marx y las concepciones teóricas de éste y, naturalmente, de su compañero Engels, es decir, el marxismo, son un producto claro de su época, un época muy concreta, que se constituye a la vez en tajante y transcendente respuesta a los problemas acuciantes de la misma. El hecho de que hayan sabido imbricarse y responder en y a su modo de una forma tan sistemática explica por qué ha tenido tanta importancia frente a otras teorías que solo reflejaron influencias de tipo general.
1.3. Algunas repercusiones históricas del marxismo
Como repercusiones inmediatas (aunque “inmediato” en nuestro contexto no signifique menos de algunas decenas de años) el marxismo posibilitó la existencia de pensadores y de teóricos que, en algunos casos, supusieron posteriores bases revolucionarias añadidas al marxismo mismo, por supuesto si entrar a considerar a revolucionarios ya inmersos en la dinámica del siglo XX que, como el propio Lenin, supusieron otro tipo de avances. A filósofos como el alemán Joseph Dietzgen se unen destacados elementos de la práctica revolucionaria en el seno de la clase obrera, como es el caso del francés Paul Lafargue. El social demócrata F. Mehring, que sería uno de los fundadores del Partido Comunista Alemán, es otro de los nombres destacables, junto al filósofo italiano Antonio Labriola, quien nos da un notable testimonio de las influencias del Manifiesto del Partido Comunista, de su alcance histórico, puesto que para él marca el inicio de la “nueva época”. Y así es, en efecto -y esta es la consecuencia histórica más importante-: en filosofía y también en historia podríamos hablar, al menos en cierto modo, y siguiento la terminología que le es propia al marxismo, de la “vieja época” (antes del él) y de la “nueva” (después).
En todo caso, ni el Manifiesto del Partido Comunista ni la teoría marxista tratan de profetizar. Marx y Engels no eran adivinos, ni magos, sino profesores y economistas. Y las previsiones desde aquella perspectiva van siempre encaminadas a cuestiones generales, como no podía ser de otro modo. Decir que los autores del Manifiesto acertaron o se equivocaron es simplista. Lo que sí se llegó a considerar como valor cierto y principal fue el concepto de lucha de clases como motor de la historia.
Al calor de las ideas marxistas estallaron revoluciones proletarias que en algunos casos fueron un fracaso total (como la alemana) y en otros un éxito que devino fracaso con el paso de los años (como la rusa). Es notable el hecho de que la primera revolución proletaria y socialista triunfante en elmundo, la revolución rusa de octubre de 1917, no se diera en un país con las características específicas que Marx y Engels habían supuesto, pero sí significó, a la larga, una serie de cambios en toda Europa, que la configuraron para la modernidad convirtiéndola en algo radicalmente distinto a lo que había sido hasta entonces: por una parte la instauración, hasta 1989, del grupo de países satélites de la extinta Unión Soviética, mal llamados “socialistas”, en la parte oriental (cuya praxis política, por cierto, sólo sirvió para denigrar el pensamiento de Marx y Engels y envolverlo en una pátina rancia que lo desprestigió sin contemplaciones por el engaño a que aquellos regímenes sometieron al mundo y cuyas consecuencias ideológicas sigue pagando la izquierda en la actualidad), y, por otra, lo sucedido en la parte occidental, a saber, las mejoras de tipo sociolaboral y la consecución de derechos por parte de la clase obrera (cosa que, precisamente, y por fortuna, ha perdurado hasta hoy, aunque haya motivos sobrados para alarmarse, dada la paulatina pérdida de algunos de esos derechos y de muchas de aquellas mejoras).
II.- EL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA EN RELACIÓN CON LA ACTUALIDAD.
En el Capítulo III del Manifiesto del Partido Comunista se dan un total de diez medidas de aplicación general que el proletariado deberá aplicar en caso de conseguir el poder. Entre ellas están un “fuerte impuesto progresivo” (punto 2), “educación pública y gratuita para todos los niños” y “abolición del trabajo infantil” (ambos del punto 10), etc. Lo realmente chocante es que, al menos, estos dos puntos son reales y efectivos, en gran parte, en nuestra actual sociedad capitalista y burguesa en la que el proletariado aun no ha accedido al poder, y que algunos otros que no apuntamos aquí también se han hecho realidad en algunas sociedades burguesas actuales. Desde luego no es ninguna casualidad. No son “regalos” de la clase dominante, sino conquistas que los trabajadores han logrado después de muchos años de lucha, de sufrimientos y de penalidades, de muertes, de infamias, de actitudes hostiles. Por lo tanto podemos afirmar que el alcance, la influencia actual del marxismo, llega hasta ahí en lo tocante a avances sociales. Sin embargo, el estado del bienestar, regido en gran parte por la social democracia europea de los últimos años, parece atravesar baches muy peligrosos que hacen tambalearse algunos de aquellos derechos que tanto costó conseguir.
Se trata, continuando con lo antes mencionado, de que la burguesía ha hecho al proletariado una serie de “concesiones” materiales (cómo el proletariado las ha conseguido ya queda dicho), pero no de una manera desinteresada. El triunfo de la revolución rusa y la creciente influencia del marxismo durante el siglo pasado, de algún modo “amedrentaron” a las clases dominantes. Tenían, por lo tanto, que “comprar moralmente” al proletariado, pues físicamente ya lo habían hecho. Y esta “compra” progresiva y constante ha hecho que las condiciones de vida de los trabajadores mejorasen, pero también que el proletario que Marx y Engels concebían se debilitase como tal, convirtiéndose, con el paso de los años, en un obrero aburguesado, con inquietudes de burgués, con pequeñas propiedades y bienes de consumo, con tiempo libre, pero, así y todo, explotado. El obrero es, a la vez, un consumidor que fomenta e impulsa del comercio capitalista. Ya no existe, pues, como tal, el proletariado marxista.
Pero todo este problema, a pesar de las objeciones al término “proletario”, sobre el que luego volveremos a incidir, ya había sido intuido en la obra que estamos analizando. Así, en el Capítulo III, parte 2, se dice: “los socialistas burgueses quisieran tener las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas ni peligros que necesariamente conllevan. (…) Quisieran la burguesía sin el proletariado. (…) Una segunda modalidad menos sistemática, pero tanto más práctica de socialismo, trata de enfriar cualquier iniciativa revolucionaria de la clase obrera haciéndole ver que no es tal o cual reforma política lo que le reportará ventajas, sino tan solo la modificación de sus condiciones materiales de vida, de su situación económica. Por modificación de las condiciones materiales de vida no entiende este socialismo la abolición de las relaciones de producción burguesas -cosa que sólo se puede obtener por el camino de la revolución-, sino las mejoras administrativas que se efectúan en el marco de esas relaciones de producción y que en nada modifican, por tanto, la relación entre capital y el trabajo asalariado”. Podríamos tildar a nuestra sociedad burguesa, entonces, con el término de “socialista burguesa” o “socialista conservadora”, puesto que las aspiraciones de una parte de la burguesía de “mitigar los males sociales al objeto de asegurar la permanencia de la sociedad burguesa” (4) se han cumplido. Y en este sentido desempeñan un rol fundamental en Europa los partidos social demócratas, e incluso, los denominados partidos socialistas u otras agrupaciones de izquierdas, con componentes ecologistas, e incluso nacionalistas (como en el caso de España, PSOE o IU) de ideología, asimismo, social demócrata.
En cualquier caso, todas las concesiones hechas carecen de valor desde el punto de vista marxista a la hora de seguir analizando las relaciones entre trabajo y capital, puesto que, al igual que en el lúcido análisis de Marx y Engels, en la actualidad el capitalista no paga al obrero su trabajo, sino su fuerza de trabajo, considerada como una mercancía más. Si lo remunerado fuese el trabajo, el capital estaría a disposición social, es decir, a disposición de todos, y no solamente de unos pocos, los burgueses -en la terminología de Marx-, los capitalistas, que aun continúan teniendo los medios de producción. La única diferencia que suponen las “concesiones” burguesas es meramente cuantitativa en el sentido de que al obrero se le paga algo más de lo estrictamente necesario para que sobreviva, propina que conlleva consumismo, o ahorro, pero, en todo caso, el marco en el que se desarrolla la llamada sociedad del bienestar que, con sus altibajos y sus crisis, es nuestro escenario vital en la actualidad, por lo menos en Europa.
Siguen vigentes, además, análisis concretos de cuestiones concretas, como el que atañe a caracteres cosmopolitas de la producción y el consumo: “mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha impreso un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países…” (5) y su secuela, el colonialismo y el imperialismo actuales, la “globalización”, que hoy se vive también de manera directa y que de forma muy sangrante están sufriendo los países llamados del Tercer Mundo (nuevos fenómenos como el terrorismo globalizado son una consecuencia directa de esta situación); puesto que según el Manifiesto del Partido Comunista el sistema de producción burgués fuerza a todas las naciones a hacer lo suyo, las fuerza a convertirse en burguesas, es decir, a seguir los dictados del capital, para que los pocos sigan enriqueciéndose a costa de que los muchos se emprobrezcan. Además, como ya se dijo más arriba, la sociedad consumista impuesta por el capitalismo hace que el dinero que el obrero obtiene por encima del necesario para su supervivencia revierta en las mismas arcas de donde ha salido, puesto que desde todos los medios de comunicación y de propaganda se le insta al consumo, a gastar todo lo que tiene e, incluso, lo que no tiene, endeudándose y, por lo tanto, esclavizándose un poco más. Esta reflexión tan actual aparece, sin embargo, muy bien perfilada en el Manifiesto: “Apenas acabada la explotación del obrero por el capitalista, de modo que aquél pueda percibir su salario en mano, los otros representantes de la burguesía caen inmediatamente sobre él en forma de propietario de la vivienda, de tendero, de prestamista, etc.” (6); aunque aquí de lo que se trata es de elementos vitales (hogar, comestibles, préstamos para subsistir…), en un análisis de la actualidad concreta podríamos añadir vendedores de objetos de consumo muy variados (coches, moda, bebidas, música, juguetes, y un largo etcétera), cuyas ganancias se suman a las arcas del capitalista (representado, en general, por el fantasma de las multinacionales).
La cuestión es que el propio obrero ha perdido la conciencia de clase debido a las mencionadas “concesiones” que su lucha y el temor de la burguesía le habían reportado. Y no suele hacerse reflexiones como la que acabamos de hacer o le importan muy poco (enriquecer a otros a base de su trabajo, pero también de su consumo), cegado como está por los deslumbrantes reflejos de nuestra sociedad del bienestar. Sin embargo ese “bienestar” no es eterno. Hemos de tener muy en cuenta las etapas de crisis periódicas que atraviesa el comercio, también apuntadas por Marx y Engels, dentro de una de las cuales nos hallamos inmersos ahora. Lo que sucede es que el análisis de una crisis como la actual es mucho más complicado de lo que podría ser solamente a la luz de la teoría de la superproducción expresada por los autores del socialismo científico. En la actualidad aparecen factores de enorme peso y consideración, ausente en etapas anteriores: sobre todo la intervención estatal en la economía y la fuerza de los sindicatos, tanto para movilizar como para anquilosar y desmovilizar a las masas obreras.
De lo que no cabe duda es de que estas mismas scrisis son las que ponen en peligro -a pesar de la seguridad y de la confianza que muestran algunos trabajadores- las “concesiones” que la burguesía le hizo en su día a la clase obrera en las condiciones que ya hemos expresado más arriba. En otra etapa de la historia europea la crisis se saldó con un parche de emergencia para el capitalismo, constituido por los fascismos, y con una guerra muy cruenta que fue consecuencia de ellos. Hoy por hoy las crisis las pagan, como a la vista está, los supuestos “beneficiarios” de las “concesiones” burguesas, o sea, los trabajadores. El problema fundamental con el que nos enfrentamos es que el creciente desempleo y la marginación social que puede conllevar no conforman “proletarios”, sino algo que más bien se parecería a los “lumpen-proletarios” de la teoría marxista: siguiendo el Manifiesto del Partido Comunista, esta subclase no es aprovechable para la lucha revolucionaria, dada su predisposición a “dejarse comprar en apoyo de maquinaciones reaccionarias” (7). Las bolsas de marginación, en general, producen en la actualidad una clase de subproletarios que la clase obrera misma desestima y margina a su vez, pues es un sector de condiciones vitales muy irregulares. El problema está en que las condiciones de lucha por la supervivencia en que se ven envueltos los convierte en individualistas que huyen de las acciones colectivas. Y tal vez esta reacción haya comenzado a darse también entre los trabajadores “normales”.
Por otro lado, hoy, en las sociedades burguesas, se pretende que el “libre desarrollo de cada uno sea la condición para el libre desarrollo de los demás”, lo que es una cita textual del Capítulo II del Manifiesto del Partido Comunista, aunque esta premisa, en nuestra sociedad actual, regida por los intereses del capital y por los monopolios internacionales, no deja de ser una caricatura. Las democracias occidentales, Europa, EE.UU., y demás países desarrollados, disfrutan -disfrutamos- de un sistema de libertades, un sistema que tiende, según se nos dice, incluso por ley, a la igualdad y a la convivencia. Pero ¿es esto realmente cierto?, ¿a costa de qué y de quién? Ahí están el desempleo, la pobreza, la marginación, dentro de los propios países -aunque los textos legales reconozcan pomposamente el derecho al trabajo y a la vida digna de todos los ciudadanos-, y la explotación ejercida por esos países avanzados sobre los subdesarrollados del Tercer Mundo.
Es decir que el Estado burgués continúa inventando redes que sustenten su supremacía y el sistema de enriquecimiento de los pocos a costa de los muchos. No nos engañemos, la injusticia está presente en nuestras sociedades avanzadas, entre otras cosas porque a cambio de ciertas libertades individuales, basadas, por supuesto, en el poder adquisitivo de cada cual, el obrero se conforma con sus pequeñas propiedades -ridículas frente a las auténticas propiedades del capitalista- y con su destino pequeño-burgués de nuevo cuño.
Los tentáculos de la burguesía han llegado, pues, más allá de cualquier previsión, haciendo que el obrero sí tenga hoy propiedades “que perder”, a pesar de tener todo “un mundo que ganar” (8). Pero ¿no valdría la pena renunciar a pequeñas propiedades ilusorias que son, a la larga, fáciles de perder en la sociedad burguesa, en favor de la propiedad social? Porque, hoy por hoy, a pesar de esas pequeñas propiedades, el capital está en manos de la burguesía y no a disposición realmente social. ¿Cómo? Es muy difícil de decir. Transformar la sociedad para que sea más justa ha de ser labor de los políticos de izquierdas. La luz que aporta el Manifiesto del Partido Comunista es lejana y, por lo tanto, tal vez un poco mortecina, pero luz al fin y al cabo, y de ella pueden aprenderse muchas cosas.
Todavía son actuales aseveraciones como ésta: “Los postulados teóricos de los comunistas no se basan, en modo alguno, en principios descubiertos o ideados por cualquier redentor visionario. Son formulaciones generales de situaciones reales que se dan en una lucha de clases real, en el movimiento histórico que se desarrolla a la vista de todos. (…) Lo que caracteriza específicamente al comunismo no es la supresión de la propiedad en general, sino la supresión de la propiedad burguesa. Sólo que la moderna propiedad privada burguesa es la expresión última y más acabada de la producción y apropiación de productos basadas en los antagonismos de clase, en la explotación de unos hombres por otros. En este sentido, los comunistas sí que podrían resumir sus teorías en esta sola fórmula: supresión de la propiedad privada.” (9)
Hemos hecho todas estas disquisiciones y apreciaciones sobre la actualidad o no actualidad del término marxista “proletariado” para llegar a conclusiones que nos parecen acertadas, aunque evidentemente, sean subjetivas. Pero algo que no se puede poner en duda es la absoluta vigencia actual que la definición marxista de burguesía continúa teniendo. Quienes hoy siguen disponiendo del capital y de los medios de producción de forma total son los burgueses y no los obreros y, desde luego, se sigue contemplando a la clase trabajadora como acrecentadora del capital mientras los intereses de la clase dominante así lo exijan (10). Por esto mismo se le han hecho concesiones: las mejoras sociales redundan en un cierto bienestar del obrero, que se acondiciona a las imposiciones burguesas, que se suaviza frente a la clase dominante -pensando que se ha equiparado a ella- y que revierte en una mayor tranquilidad, acomodo e impunidad de ésta. Pero también en una paz social que fue muy difícil de conseguir en otros tiempos.
Además, en nuestras sociedades “avanzadas”, “el capital goza de autonomía y personalidad mientras que el individuo activo vive en la coerción y la impersonalidad” (11). La meta, como en tiempos del Manifiesto del Partido Comunista, ¿continuará siendo la supresión de la personalidad, la autonomía y la libertad burguesas para que cese la explotación del hombre por el hombre?. También hoy la educación, mal que nos pese, es “adiestramiento para el manejo de la máquina” (12), aunque lo sea en un sentido más amplio que entonces. Y también hoy el burgués acusa al comunista de que sustituyendo la educación doméstica (burguesa) por la social “se elimina la más pura intimidad familiar” (13). La sociedad actual sigue aprovechando la educación para introducir la forma de pensar de la clase dominante, eso sí, de una forma más o menos enmascarada, a pesar de los intentos en contra que a diario se llevan a cabo por parte de educadores conscientes que pretenden formar personas y no esclavos. De ahí el determinante papel del estudio de las Humanidades y de una formación que fomente el desarrollo crítico de la persona ante el Mundo.
La burguesía actual no es otra que la heredera de la ya definida por Marx y Engels. Más afianzada en su poder por esa tranquilidad que hemos explicado, nuestra clase burguesa de hoy se constituye en la línea de continuidad más clara de aquella que había surgido “de las ruinas de la sociedad feudal” y que no había “suprimido los antagonismos de clase” (14). “Lo único que ha hecho -continúan los fundadores del socialismo científico- es establecer nuevas clases, nuevas condiciones de opresión y nuevas formas de lucha en sustitución de las anteriores” (15). Y esto es cierto también en nuestra sociedad. Porque el marxista consecuente ha de establecer nuevos métodos de lucha para nuevas condiciones de opresión, aunque esa opresión esté camuflada y trate de hacer creer al obrero que éste ya ha conseguido casi todos sus logros. Aunque cada una de las fases de desarrollo de la burguesía va “de la mano del correspondiente progreso político” (16).
Hoy, igual que en 1848, puede decirse, pues, que “el poder estatal moderno equivale al Consejo de Administración de los intereses generales del conjunto de la burguesía” (17).
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NOTAS:
(1): Manifiesto del Partido Comunista, Capítulo III, parte 3.
(2): Manifiesto del Partido Comunista, Capítulo I.
(3): V.I. Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo.
(4): Manifiesto del Partido Comunista, Capítulo III, parte 2.
(5): Manifiesto del Partido Comunista, Capítulo I.
(6): Ibídem, 5.
(7): Manifiesto del Partido Comunista, Capítulo I.
(8): Manifiesto del Partido Comunista, Capítulo III, parte 4.
(9): Manifiesto del Partido Comunista, Capítulo II.
(10): Ibídem, 9.
(11): Ibídem, 9.
(12): Ibídem, 9.
(13): Ibídem, 9.
(14): Manifiesto del Partido Comunista, Capítulo I.
(15): Ibídem, 14.
(16): Ibídem, 14.
(17): Ibídem, 14.

El autor del presente texto es Francisco J. Lauriño y aparece publicado en http://www.librodearena.com/lauro/post/2008/09/23/dos-reflexiones-sobre-manifiesto-comunista-marx-y

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