Ingenua era una palabra que no le gustaba nada. Y se lo llamaban desde pequeña. Sus amigos, sus profesores, sus compañeros de trabajo. «Eres una ingenua» le decían y ella, como tal, sonreía. Hace unos días todo cambió. Miraba la televisión sorbiendo y soplando una infusión, un «floritu» como dice su güela, y de repente, lo vió claro. Era de madrugada, y al otro lado de la pantalla, del océano, un hombre prometía luchar para lograr un mundo mejor. «¿Y si esta vez es cierto?», pensó y sus palabras debieron colarse en el aire hasta llegar a la cocina, donde su marido, finiquitaba el crucigrama diario. «Anda, no seas ingenua y apaga esa tele, que el Obama este va a ser igual que los demás, o ¿qué te crees, que es el Mesías?», le replicó su marido. Ella, hasta entonces ensimismada con un desfile de majorets que invadía la Avenida Pensilvania suspiró. «Llámame ingenua y lo que te de la gana. Llámame tonta, imbécil, niñata. Hoy no me importa. Es más te diría que sí, que soy todas esas cosas y más, porque creo en la gente que lucha por conseguir ilusiones y fomentar esperanzas», gritó al vacío.
Y las palabras, como si ella también tuviera un redactor de discursos, salieron de su boca sin titubeos. «Tal vez, los que luchan, no consigan todo lo que se proponen.Tal vez siempre existan los intereses ocultos y el terrorismo, y la maldad, y las crisis económicas, y la injusticia. Pero yo hoy quiero pensar que mientras alguien luche por hacerlos desaparecer, aún queda un resquicio para la esperanza». Y siguió gritando: «Las cosas no cambian solas, hay que dejarse la piel en la vida, hay que intentar que, con el tiempo, los que vengan, se den cuenta que la rendición es la peor de las derrotas», señaló y, sin un amago de temblor en sus dedos, alzó la copa para brindar con nadie:«Va por vosotros, por los que no os rendís». De reojo, vio a su marido apoyado en la puerta. La miraba con cara de extrañeza. Debía pensar que estaba loca de remate, que a esas horas, en la oscuridad del salón, o el sueño le podía o definitivamente eran delirios de una chiflada.
Nada más lejos de la realidad. Recostado contra el marco de la puerta del salón, con los brazos cruzados sobre su pecho y una sonrisa en los labios, él, ahora, estaba seguro que, aquella chica menuda a la que había conocido en el ascensor de la Facultad, era, en realidad, la mujer más maravillosa del mundo
Aitana Castaño en http://www.sairutsa.blogspot.com/
http://www.youtube.com/watch?v=Lb7rTiP6dnE
La música de Eumir Deodato
No hay comentarios:
Publicar un comentario