Un país americano logra su independencia en 1804; era el segundo en todo el continente, tras USA, que ya se había emancipado en 1776, con su tan alardeada Declaración de Independencia. Cabría pensar que éste espabilado podría ser, por ejemplo, Cánada; máxime cuando, buceando en los fondos bibliográficos, lo reconocemos como el primero en abolir la esclavitud dentro de sus fronteras quedando para siempre en los anales de la Historia de al Humanidad. Lejos de lo que parece, ni describo el caso del país de los grandes lagos ni de ningún otro paraíso democrático, cuna de principios humanitarios, parangón de ideales igualitarios; es por el contrario, amigos míos, Haití. Hermano de la República Dominicana, en la isla de La Española, visitada siglos antes por el primer invasor, Cristobal Colón. Fue durante los años gloriosos del pirateo, junto con Isla Tortuga, refugio de sanguinarios corsarios, barbudos de diferentes colores, que surcaban los mares bajo bandera de conveniencia o al asedio con la ley de la botella de ron y la calavera filibustera. Algunos que se raparon el mentón y recortaron las greñas que les colgaban, para disimular, como “Papa Doc” Duvalier, gran dictador que fue en su momento, pretendieron seguir violando los derechos de una población mayoritariamente descendiente de antiguos esclavos africanos; amparándose, como por entonces, en el régimen del terror a golpe del machete de los “Tonton Macoute” de turno. Unas veces por obra de esta divina presencia y otras por gracia de los Estados Unidos de la prepotencia, tan cercado en distancia, a unos doscientos kilómetros de mar abierto, como lejanos en riqueza, a millones de años luz de la ignorancia.
Valgan estas pinceladas históricas para introducirnos en el entorno vital real de dicho país. Tristemente, y para no repetirse respecto a su paupérrima existencia, decir que es uno de los de mayor índice de analfabetismo del planeta, anclado en la cola del cuarto mundo del abandono y muriendo de inanición, ya metidos de lleno en el también cuarto milenio de nuestra era. Estos días; a raíz de la catástrofe natural que se ha cebado en su corazón, devorándole unas entrañas ya de por si calcinadas, a todos nos ha entrado una especie de ansia por colaborar y ayudar desinteresadamente. Desde cualquier rincón del planeta se oyen voces y alardes varios de ánimo para con sus habitantes olvidando y sin querer recordar que, desde los tiempos del pirata Drake, o su colega en la ficción Jack Sparrow y su alter ego Jonnhy Deep, nos ha importado un pepino, por no ser mas soez, lo que les pudiera ocurrir. Cómo sino se puede explicar que no tengan ningún tipo de infraestructuras de comunicación, casi ni una triste “caleya”, paradójicamente necesarias para distribuir la ayuda humanitaria en estos momentos de desastre. Claro, no es un destino turístico de primer orden; eso se lo “comen” la República Dominicana, Cuba y México, aunque muchas veces en forma de reclamo sexual. Haití solo es visitado, de vez en cuando, por ciertos antropólogos en busca de material de campo para sus etnografías o viajeros raros que se sienten atraídos por sus macumbas y otros ritos afrocaribeños al ritmo del tambor y danzas donde muertos vivientes se desperezan parsimoniosamente de las telarañas de sus corruptos sepulcros. Vamos; lo mismo que les curre ahora que bailan cumbias malditas de almas en pena después del castigo humano, que no divino, del olvido eterno. Como queriendo destapar la farsa que nos cubre la cara. Y todo en una línea que no nos tiene que pillar fuera de juego; ni incluso cuando, “pa encima”, algún miembro de la curia, vasca por ejemplo, revienta las ondas con ciertas comparaciones, a todas luces, fuera de tono. Claro; resulta gratuito decir que es mucho peor caer en el pecado de la ausencia de moral católica, para él la única existente, como nos ocurre a nosotros, en esta piel de toro que es España, que sufrir los avatares y rigores de la muerte eterna por el olvido generalizado al margen del mundo, intemporal, reaccionario, alienante y vascularizado que “disfrutan” en su limbo de la ignorancia, allí en los dominios del cuarto mundo, ajenos a las verdades del rankin del norte desarrollado, y aunque todo se condimente además con los rigores de un terremoto. Ante tales aprecios, no es raro que los muchos “haitianos” endémicos de cada continente sigan perseverando por mantener a hijos de criollos, y de la otra, en el trono desde el que usurpan el poder del su pueblo, deslocalizados en su exilio dorado voluntario y voluntarioso en sus palacios de la Ribiera Francesa, por ejemplo, que “pa eso ye la metrópoli” que los asimiló y... alienó en su condena; al parecer, recordemos, no tan dura como nuestra debilidad moral. ¡Vivan los profetas y los iluminados!. Mientras ellos existan y dicten dogma podemos sufrir tranquilos en este mundo material, corrupto por la carne sedienta de sexo fácil y promiscuo, por que el eterno divino, tras la parca, nos aliviará las heridas sangrantes y las pústulas hediondas...En tanto; se nos seguirán poniendo los pelos como escarpias y helándose la sangre en las venas de aquellos a los que aún les quede, cada vez que veamos imágenes como las de estos días, allá en Haití.
Heri Gutiérrez García.
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