Aunque
circunstancialmente se considere que el Estado se construye a si mismo, desde
la perspectiva empírica existen muchas razones para ponerlo en duda. Suponer
una fuerza motriz interna que le haga crecer sería tanto como sostener que
posee una fuerza vital propia a su estructura, independiente a las personas que
los formamos o a las que los gestionan. Un ente etéreo, casi dogmático,
superior y cuasi divino, cuya sola
suposición dejaría al ser humano en un nivel de incapacidad e inoperancia, muy
por debajo de las organizaciones de primates que tanto nos gusta estudiar desde
la perspectiva comparada.
Desde las distintas Ciencias Sociales
interesadas en el análisis de grupos humanos y reparto de poder se han vertido
distintas hipótesis sobre las causas que motivaron la evolución de los modelos
de gobierno, que hasta ahora han existido. Partiendo del nivel primigenio de
cazadores recolectores nómadas, hasta los actuales sistemas, más avanzados y
retorcidos quizás, que el Estado–Nación, sin olvidar las bandas, jefaturas,
clanes. Sería pesado, a la par que requeriría varios números completos del
Ciudad Lineal, hablar de teorías hídricas, reparto de grano y de poder,
simbolismo, etc. Por contra, dando un gran salto digno de los mejores años de
Yago Lamela, me voy a acercar a la Época Moderna en la que se cimientan las
bases de lo que ahora conocemos como Instituciones del gobierno humano. Uno de
los planteamientos que más me han “asustado” y marcado, por su significado, analiza
las armas de construcción y deconstrucción que el Estado posee y se refiere al
uso de poder de la violencia, que aquél ejerce, contra elementos sus
supuestamente subversivos. Y viene, como no, de la Antropología. Es conocido
por todos que desde la Edad Media la Santa Inquisición “sacaba” confesiones a
reos que posteriormente purificaban sus pecados en la hoguera, y tal proceso no
era una sucesión de psicólogos en bata blanca que, en retahíla, pasaban por
delante de los morros del encausado, más bien el asunto era más turbio y teñido
en sangre. Por extensión, en el tiempo y el espacio, no podemos olvidar que
todos los Estados y sus Instituciones han gozado del beneplácito de las Leyes
para ejecutar, en escarnio público a sus condenados a muerte – no olvidemos lo
vivido y “muerto” por el escoces William Wallas -. Todo ello con el propósito
de desmembrar un cuerpo físico y a la vez simbólicamente quebrar la fuerza
moral del martirizado y apagar los rescoldos de los posibles seguidores que
tuviera entre la concurrencia. Existía la posibilidad, si la ¿suerte? te
acompañaba de no ser condenado a muerte pero por contra, muerto en vida, pasar
los restos ocuitado en una mazmorra o galeote en un barco prisión. Hay varios
estudios de Bartra, Pritchard, Boass, Mallinowski, que relacionan el
descuartizamiento público de un condenado con el símbolo del poder del Estado.
Una especie de apercibimiento, que atormente y someta al ciudadano, capaz de
grabar a fuego en las entendederas la idea de que hay alguien, por alguna
“divina” razón, superior, que nos vigila y puede “castigar”; además de una
cohorte de lacayos que defienden, por encima de todo mal, al sistema, por
aquellas feudal, en un mundo campesino preindustrial. Afortunadamente, la
actualidad ¿desarrollada? ha abandonado tales prácticas dejándolas, en palabras
de algunos dirigentes políticos, para los “salvajes”, de algunas religiones y
culturas distintas y distantes a la nuestra, que hay que adoctrinar.
Pero, yo me pregunto, ¿Acaso el Sistema
no dicta nuevas normas que van en la misma dirección? Lo mismo es capar el
alma, después de haberlo hecho en el cuerpo, que coartar la capacidad de crecer
como persona en un mundo de condiciones igualitarias para todos. Antes la
cizalla, la espada, el “hachu” o el tormento eran los elementos preferidos; hoy
la falta de una educación de calidad imposibilita para que todo hijo de vecino
pueda acceder, entre otras, al mercado de trabajo en igualdad. Tal es así que
nadie quiere “sacrificar” los mejores años de su vida formándose, suponiendo
que el desliz propio supone rejas y el de los hombres del Sistema apenas unas
cuantas páginas en la prensa y vídeos en los medios de comunicación. Alguno de
nuestros jóvenes puede pensar “Jo, hasta va a ligar más que Cris Ronaldo,
saliendo tanto en la tele, Cómo-y van tirar los tejos les tíes” Viva el
experimento sociológico del “Gran Hermano” y las terapias emocionales de
“Hombre mujeres y viceversa”. Eso si que son lecciones de vida que nos sirven
para el mañana. Y vuelvo a decir ¡Y una p... como una olla...!
Heri
Gutiérrez García.
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