viernes, 27 de diciembre de 2013

HASTA SIEMPRE 46664


         Llegaste al penal de la isla de Robben – nada que ver con el futbolista – una fría mañana de 1964. molido a palos y medio muerto, seguro.  Por ser el interno 466, del año 64, sobre tu lomo lucías el número 46664. Pero yo, que soy más de simbologías, siguiendo a antropólogos como Víctor Turner y su “Selva de los símbolos” creo que todo tiene su porque. Buceando en la cultura occidental, el 666 es el número de la “bestia”, el anticristo. Por otra,  los “cuatros”, que en el dorsal encerraban el número del mal, bien pueden ser las cuadradillas que se usan hoy en día en las redes sociales y de la misma forma simbolizar las rejas de una prisión. Sí, ya sé que me dirás, maestro Madiba, que me estoy escapando por los Cerros de Úbeda, como siempre. Pero no olvides que aguantaste durante casi treinta años en una sucia mazmorra de menos de seis metros cuadrados, con un sopa inmunda al día, entre pecho y espalda y el poema “Invictus” del inglés W. E. Henley, en tu alma. Recuerda que allá por 1969 se preparó una fuga cuyo único objetivo era asesinarte en la intentona.

         Este, amigos, fue Madiba, un Premio Nobel de la Paz y Príncipe de Asturias de la Concordia más, como otros tantos anteriores y posteriores. Pero Mandela está por encima de todos ellos. Tal es así que al conocerse su muerte, durante una reunión de la Comisión de Naciones Unidas, se batió el record en asumir una propuesta, la de cancelar el acto. Volviendo a los símbolos, y casi para hacer más hermosa, al menos asumible, tu falta debió ser la representante argentina la que espetó, entre lágrimas: “Siento señores que no puedo ni debo seguir... Nelson Mandela ha muerto...”  Esa frase, musitada en “argentino” y por una melodiosa voz femenina, de pibita, tiene poder para estremecer incluso a los pretorianos del Sistema, los mismos contra los que toda su vida Madiba luchó. A miles de millas de distancia de que se haya dejado o no sobornar por el Imperio como cuentan sus detractores, que algunos, aunque pocos los tenía. Pero no olvidemos que luces y sombras las tenemos todos.  

         Y sigo. Años antes de su encarcelamiento, la manifiesta corrupción de un Congreso Nacional Africano, que se estaba dejando seducir por los cantos de sirena del imperio hizo que uno de sus líderes, Nelson Madela, y otros más, radicalizaron su lucha y por ello fue penado a cadena perpetua en el Penal de Robben, en condiciones infrahumanas. Ni que decir tiene que era negro en el país del  Apartheid más cabrón, considerado, imputado y condenado terrorista y a groso modo, una alarma social para un mundo que, en la década de los sesenta, empezaba a dudar de muchas cosas. Algunas, las más importantes y fundamentales diría yo, desgraciadamente se han olvidado y por eso sigue habiendo presos de conciencia, ya no todos en las cárceles físicas sino, peor aún, en las del alma. Porque seguir diciendo lo que un piensa, si va contracorriente, es igual de peligroso que cuando los primeros hombre salieron de África y ya llovió. Serénate, ve “Sálvame”, “La voz” o lo que sea en la “tele” y sé narcolepsicamante feliz, mientras te dejen.

         Quizás picando piedra, sudando bajo la ropa empapada por la lluvia y llorando sangre comprendió, como sus antepasados zulúes, que hacer frente a un ejército muy superior era suicidarse, y por eso se hizo abogado durante su cautiverio. Seguro que durante toda esa maduración personal recordó la táctica militar de ataque, en forma de cabeza de búfalo, con la que sus ancestros repelieron a los Boers y al imperio británico y que se basaba en una distracción, la de hacer creer al enemigo que se atacaba a pecho descubierto, cuando realmente se le rodeaba por los flancos.

         Pero la grandeza de Madiba no está en su capacidad y tesón para estudiar, formarse y educarse en condiciones infrahumanas, algo de lo que todos tendríamos que aprender y algunos aplicar para dejar de recetar “recortes”. Su hazaña fue otra, la de ser capaz de superar, no sé si podría - seguro que yo no -  perdonar y olvidar a todos los cabrones y canallas que le sodomizaron el alma, durante la mitad de su vida. Comprendió lo que otro ilustre antropólogo, Levi - Strauss – que, pese a lo que algunos crean,  no hacía pantalones en horas libres – postula, que el salto de la barbarie humana, en el estado de naturaleza, a la civilización se debe a la alianza y colaboración entre grupos que intercambiaban mujeres y regalos para emparejarse y formar lazos duraderos. Trascendiendo, esa alianza vincula a los clanes de mayor tamaño que las familias, se coopera y se crean recursos excedentes que se pueden intercambiar. Ese es el origen de la Cultura. Así en una Sudáfrica al borde del caos, a su salida de la cárcel, no cabría otra, supuestamente, que tirarse al monte, pistola en mano y planear cazar a todos los opresores. Pero nuevamente reorientó su destino y fue capaz de integrar una sociedad multiétnica alrededor de un evento deportivo de masas, la final de la copa del mundo de rugby de 1995, celebrada su nación. Pese a la maravillosa “peli” del maestro Clint Eatswood, “Invictus”, donde el simbolismo vuelve a estar a flor de piel, con un equipo, el “Springbok”, machacado y marcado el cuerpo recogiendo la copa mundial, simbolizando el resurgir del cuerpo social del país pese a todo, digo, me permito dudar de la importancia que para Mandela tenía ganar o no a los “All Blacks” de Nueva Zelanda. Quizás, solo si esa victoria simbolizase la unión de todas las etnias de la nación y sirviese para que todos tiraran del carro...Para terminar y aunque Madiba nunca entregó ese poema al capitán de los “Springboks” - fue una licencia del gran Clint, para su film, él le cedió “The man in the arena” de T. Roosvelt igualmente evocador - solo reproducir las estrofas que leía en su cautiverio: “Doy gracias al dios que pudiera existir / por mi alma imperturbable / Soy el amo de mi destino / El capitán de mi alma”. Desde hoy el mundo tiene menos luz, quizás tengamos más frío.

 

                                                                                     Heri Gutiérrez Garcia.

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